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EL CINISMO COMO MARCA INDELEBLE

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EL CINISMO:

  Un autoengaño directo a la ignorancia

Snowden, Chong Chon Gang y la hipocresía castro-bolivariana


El caso del espía Edward Snowden ha venido a confirmar, por si acaso lo hubiésemos olvidado, dos verdades irrebatibles de nuestra época. La primera es que, valga el pleonasmo, los espías sirven para espiar. La segunda no es menos evidente, a saber: que los regímenes castro-bolivarianos y otras autocracias o dictaduras continúan dando muestras de cinismo y doble moral al erigirse en adalides de los derechos humanos, los mismos derechos humanos que en sus países no tienen el menor reparo en pisotear.
Por el simple hecho de salir a la luz pública, los detalles revelados por Snowden ponen en aprietos a las autoridades estadounidenses y en particular al presidente Obama. Pero esas revelaciones no contienen nada novedoso, salvo evidenciar el nivel de sofisticación de la tecnología empleada por Estados Unidos en sus actividades de espionaje.
Las aseveraciones de Snowden indican que los blancos fundamentales del espionaje estadounidense son, ante todo, las redes terroristas —cuya caza, dicho sea de paso, se efectúa en coordinación con los servicios de inteligencia de otros países, principalmente europeos— y en segundo lugar, las discusiones internas de gobiernos, amigos o no, en materia comercial.
El caso Snowden muestra igualmente que las autoridades norteamericanas no se sirven de su tecnología para entronizar un sistema de partido único, para amordazar la prensa independiente, o para perseguir a dirigentes de partidos políticos y organizaciones no gubernamentales.
Por ello la algarabía creada en torno a las revelaciones de Snowden en regímenes dictatoriales como el de los hermanos Castro y sus camaradas bolivarianos suscita indignación.
En efecto, cuánto les gustaría a los disidentes cubanos espiados día y noche por el régimen castrista, o a los opositores venezolanos víctimas de escuchas ilegales e inhabilitamientos y encarcelamientos arbitrarios, o a los periodistas ecuatorianos que cada vez se ven más coartados en el ejercicio de su profesión, o al diario argentino Clarín, acosado por el gobierno kirchnerista, o al senador opositor boliviano Roger Pinto, asilado desde hace más de un año en la embajada del Brasil en La Paz por haber denunciado presuntos casos de corrupción y tráfico de drogas involucrando a miembros del gobierno de Bolivia, cuánto le gustaría a toda esa gente, repito, que los servicios de espionaje de sus respectivos países dediquen sus recursos a recaudar información sobre posibles redes terroristas o sobre la posición de tal o cual país en negociaciones comerciales internacionales, en vez de volcarse, como lo hacen, en contra de quienes no comparten los lineamientos gubernamentales.
Y sin embargo, son precisamente esos regímenes, usurpadores de la libertad de expresión y asociación, los mismos que, con el mayor descaro, esgrimen el caso de Snowden para tapar mejor sus crímenes, vejámenes y fechorías.
La hipocresía castro-bolivariana quedó de manifiesto una vez más en otro incidente reciente. Se trata del caso del barco norcoreano Chong Chon Gang, interceptado por las autoridades portuarias de Panamá, en el que se transportaba, de manera clandestina, equipos militares provenientes de Cuba con destino a Pyongyang.
Ahí se violaron descaradamente varias disposiciones internacionales, en particular la resolución 1718 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, adoptada en 2006. Dicha resolución prohíbe, entre otras cosas, el suministro, venta o transferencia a Corea del Norte de sistemas de artillería de gran calibre y misiles o sistemas de cohetes como aquellos encontrados en el barco Chong Chon Gang.
Al ser sorprendido infraganti, el régimen castrista desenvainó uno de sus sofismas favoritos, arguyendo que había enviado esas armas a Corea del Norte para ser "reparadas" y así, una vez devueltas, puedan seguir contribuyendo a "preservar la soberanía nacional".
Pero si ante el caso del carguero Chong Chon Gang pudo pensarse que la hipocresía castro-bolivariana había llegado al colmo, nos aguardaba una sorpresa más. Esta tiene que ver con los aspavientos del presidente boliviano Evo Morales, respaldado como de costumbre por el resto de la cofradía castro-bolivariana, quien condenó en términos furibundos la inspección de que fue objeto su avión hace unas semanas en el aeropuerto de Viena a su regreso de Moscú.
Lo que Evo y su cofradía no lograron ocultar por más tiempo fue la información que acaba de salir a la luz pública, indicando que el gobierno del propio Evo actuó de la misma manera cuando en 2011 inspeccionó, sin el consentimiento e incluso bajo la protesta de las autoridades brasileñas, tres aeronaves del Ministerio de Defensa del Brasil, en una de la cuales viajaba el titular de ese ministerio, Celso Amorim, en visita oficial en Bolivia.
Límites no tiene, a decir verdad, la hipocresía de nuestros castro-bolivarianos, profesores de moral barata, robotizados mentalmente por una ideología sin futuro que se desplomó junto al Muro de Berlín. Cada vez que se ponen a denunciar abusos supuestos o reales, he ahí que les sale al paso, aplastando sus espurias ínfulas de autoridad moral, el descrédito de su doble rasero y su contubernio con los regímenes más criminales y anacrónicos de nuestro tiempo.

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