La lucha de un grupo de periodistas mexicanos por el derecho a la información
Discurso de la periodista mexicana Marcela Turati ante la conferencia anual de Reporteros y Editores de Investigación (IRE, por sus siglas en inglés)
En el 2006 el presidente Felipe Calderón comenzó la ‘guerra a las drogas’, en parte con financiamiento de Estados Unidos. Nuestro país se convirtió en un campo de batalla. El puso soldados y policías federales en las calles, supuestamente para luchar contra los carteles de la droga, lo cual dio origen a una guerra irregular que ha causado por lo menos setenta mil víctimas de homicidio y más de veinte mil personas desaparecidas. Hay crímenes no resueltos cuya envergadura no hemos podido concebir todavía.Periodistas de muchas regiones del país se han visto atrapados en medio del conflicto. Y, debido a la falta de investigación de los asesinatos por parte de las autoridades, sigue siendo difícil de entender quién está realmente detrás de esos crímenes.
Nosotros, los periodistas mexicanos, nos hemos convertido en corresponsales de guerra en nuestro propio país. En mi caso, por ejemplo, yo empecé como un reportero que cubría los temas de la pobreza, y de un día para otro me vi de pronto cubriendo masacres de jóvenes, documentando pueblos fantasmas abandonados después de una serie de asesinatos, o programas sociales para niños convertidos en huérfanos a causa de la violencia. Un día llegué a tener delante de mí una fila de 30 mujeres con fotos de sus hijos desaparecidos, a la espera de contarme sus historias. He dedicado gran parte de mi trabajo como reportero investigativo en Proceso a desentrañar la verdad que se esconde detrás de algunos de estos episodios y a documentar las víctimas de la guerra.
Nosotros los periodistas no estábamos preparados para la violencia. De pronto, allí estábamos, empujados en medio del caos, en mitad de una guerra que no era sobre el narcotráfico, como nos habían dicho, sino por el control de territorios. Una guerra para ver quién se quedaría con la tierra en la que se cultivan los narcóticos, las rutas del tráfico y los puntos de venta de las drogas en el país. Para ver quién controlaría el negocio, quién pondría impuestos a los vendedores, quién designaría al alcalde, el próximo jefe de policía y el director de las prisiones.
Y, en una situación como ésta, es claramente esencial tener el control de la prensa, que nadie haga preguntas. Para garantizar el control de la población.
Periodistas de a Pie
Otros periodistas y yo fundamos una organización llamada Periodistas de a Pie para entrenar a periodistas que cubren temas relacionados con la pobreza. No obstante, tuvimos que cambiar pronto el enfoque para responder a la crisis. Llevamos a cabo talleres sobre cómo sobrevivir una tarea, cómo entender al narcotraficante, cómo entrevistar a un niño que haya sobrevivido una masacre, cómo continuar reportando sin perder la alegría de vivir.
Antes de que pudiéramos darnos cuenta, estábamos en un centro de crisis. A cualquier hora del día, incluso durante las tensas horas de entrega del periódico, recibíamos llamadas de colegas en zonas remotas, buscando desesperadamente ayuda porque sabían que había sicarios que los andaban buscando y necesitaban refugio. O pedidos de apoyo psicológico para reporteros que no querían regresar al trabajo después de un suceso traumatizante, como un incendio o un ataque a su oficina.
En esta guerra territorial, los periodistas nos hemos convertido en víctimas. Porque, a diferencia de las guerras tradicionales, en México los periodistas no mueren en un fuego cruzado, de una bala perdida, o por caminar en un campo minado. En México, los asesinos cazan a los periodistas, los sacan a rastras de sus oficinas y sus casas, los interceptan en la calle.
En México, los reporteros, quienes se supone que den las noticias, se han convertido ellos mismos en noticia.
En los últimos 10 años, al menos 17 periodistas han desaparecido y 72 han sido asesinados. Ninguno de esos casos ha sido resuelto.
Uno de ellos es el de Regina Martínez, la valiente reportera que expuso la corrupción política y el crimen organizado en el estado de Veracruz. Ella trabajaba para la revista Proceso, lo mismo que yo. Hace un año fue estrangulada en su propia casa. El gobierno local, que podría estar implicado en el asesinato, decidió sin pruebas creíbles que el asesinato era resultado de un robo, y metieron en la cárcel a un joven. Él alega que lo obligaron a confesar haber cometido el crimen bajo tortura.
Lo mismo que en los otros asesinatos de periodistas, las autoridades judiciales no consideraron su labor periodística como una posible causa de su muerte. Lo mismo que en los otros asesinatos, ellos culparon a la periodista por su propia muerte, y trataron de cuestionar su integridad. Días después de su muerte, otros dos periodistas fueron asesinatos junto a un tercero que había dejado la profesión recientemente por miedo.
Estos asesinatos tuvieron el efecto deseado. Silenciaron a los demás.
Vista de los “narcoabogados”
Por lo menos 17 periodistas huyeron del estado, algunos de ellos pagados por el gobierno estatal para que se fueran y regresaran después de las elecciones. Algunos abandonaron la profesión en un intento de salvar sus vidas. Otros de ellos están cortando césped o vendiendo tacos en Estados Unidos, o dependen de la solidaridad de sus amigos para su sustento mientras esperan que se lleve a los tribunales su caso de asilo. Otros trabajan como vendedores callejeros o de lo que puedan en Ciudad México, tratando de rehacer sus vidas. Aterrorizados, sin un centavo, deshechos.
La situación en diferente en diversas regiones de México.
En algunas áreas, los traficantes de drogas les dejan videos o mensajes, y llaman a los periodistas a que reporten sobre ellos. En otras zonas, las advertencias siempre vienen acompañadas de violencia, y los periodistas que publican información alguna que moleste a cierto grupo son detenidos y torturados, y su piel marcada, para mostrarles que no les darán una segunda oportunidad. En algunas áreas, se obliga a los periodistas a asistir a conferencias de prensa con el jefe del cartel local, quien les dicta la línea editorial, diciéndoles qué información deben cubrir y cuál deben ignorar. Generalmente, ellos les dan instrucciones, los vigilan, y les pagan un sueldo. La redacción de los periódicos también es infiltrada. Quien se rehúse tiene que cambiar de trabajo o empezar una nueva vida en otro lugar.
En lugares como Ciudad México, los visitan los llamados “narcoabogados”, quienes les dicen qué información irritó a sus clientes.
En esta guerra territorial, los medios de prensa son un blanco; ellos reciben llamadas telefónicas intimidantes, les lanzan bombas, les tiran con armas pesadas. Ha habido casos en que empleados (no siempre periodistas) han sido tomados como rehenes para obligar a la publicación de algo que favorece a cierto grupo. A algunas redacciones les han prendido fuego con los periodistas dentro, escribiendo.
Algunos estados se han convertido en zonas de silencio. Y el silencio se ha extendido. Estamos perdiendo el contacto con regiones que son ahora territorio prohibido para todos, en las que ya no sabemos algo tan rudimentario como cuántas personas son asesinadas cada día. Sólo de vez en cuando, cuando ocurre una masacre (que es tan espectacular que no se puede tapar, como la de 72 inmigrantes) o cuando un poblado entero huye de sus hogares; sólo entonces podemos tener una idea de lo que está pasando, sólo entonces podemos hacernos una idea de lo que se está ocultando.
Uno de los estados más peligrosos para los periodistas está a sólo doscientos sesenta kilómetros de aquí, menos de tres horas en la autopista, del otro lado de la frontera, donde se ha impuesto el silencio.
En estados como Tamaulipas tienen lugar muchos episodios que hielan la sangre, sobre los cuales podría escribir cualquier corresponsal de guerra. Durante meses, pasajeros en los ómnibus públicos han sido obligados a bajarse y, en ese mismo lugar, reclutados a la fuerza, convertidos en esclavos o muertos y enterrados. Solamente sus maletas llegan a las terminales de ómnibus. Nadie dijo nada hasta que se encontraron tumbas que contenían casi doscientos cadáveres.
Miles de cadáveres
En lugares como éste, y en varias partes de las tierras fronterizas, la gente ‘desaparece’, junto con sus autos o sus camiones. Algunos eran mexicanos en camino a McAllen o Laredo, de compras o de visita. Algunos eran estadounidenses que visitaban a parientes en México.
Recuerdo cuando fui a Matamoros, fronteriza con Brownsville, a cubrir el descubrimiento de esta fosa común. Se decía que había miles de cadáveres, pero no terminaron de excavarla. Cientos de familias angustiadas llegaron de todas partes del país, todos en busca de un hijo o una hija que había desaparecido.
Una mujer que esperaba para ver si alguno de los cadáveres era el de su hijo, se enteró de que yo era periodista. Ella empezó a hablar furiosa.
“¿Por qué están ustedes, los reporteros, viniendo acá ahora?”, dijo. “Durante meses hemos dicho que la gente desaparecía en esta autopista, pero nadie nos hizo caso. Era como si habláramos desde el fondo del mar”.
Esa frase suya, hablar desde el fondo del mar, resume perfectamente la situación que vive esa zona perdida, donde el Dallas Morning News reportó que ocho periodistas habían desaparecido, algo que nosotros los mexicanos no sabíamos. Y donde se han descubierto campos de entrenamiento para los sicarios, algunos de ellos adolescentes de Laredo, Texas, que dejaron la secundaria para convertirse en asesinos en el lado mexicano de la frontera.
En esta área llena de tumbas escondidas, repletas de cadáveres, se asesina a ciudadanos todos los días. Hasta el cruce de la frontera está controlado por los narcotraficantes, quienes secuestran a los que no pagan y deciden quién pasa y quién muere. Muchos periodistas trataron de llamar la atención sobre el tema hasta que fueron silenciados. Algunos viven con una pistola en la cabeza. Otros se van huyendo, con sólo sus llaves en el bolsillo, a comenzar de nuevo. Hasta que la noche los cubre. Cuánto pueden hacer depende de dónde viven.
Desesperados, los ciudadanos han tratado de asumir el papel de periodistas. Recuerdo ese video filmado por un ciudadano común y corriente que salió a la calle a grabar con su teléfono celular la destrucción de la batalla del día antes, de los tiroteos que según las autoridades nunca ocurren. Ellos usan redes sociales o establecen blogs, como por ejemplo ‘Valor por Tamaulipas’, donde publican reportes ciudadanos sobre encuentros armados que los medios de prensa tienen prohibido cubrir. Estos sitios web no duran mucho. Los carteles de la droga ponen precio a las cabezas de sus administradores.
La violencia se extiende
El gobierno está además interesado en eliminar estas fuentes de información, porque contradicen la posición oficial de que todo anda bien.
Yo conozco a un periodista que fue a Tamaulipas a reportar sobre la situación. En la plaza principal, frente al edificio del gobierno, fue rodeado por un convoy de vans que llevaban el logo del cartel local en sus placas. El reportero y el camarógrafo fueron secuestrados y torturados, y les advirtieron de que dejaran de hacer preguntas. En esta área, la tierra se tragó a Zane Plemmons, un joven periodista independiente de San Antonio que salió de su hotel a tomar fotografías y nunca regresó.
Y un reportero mexicano que llevaba anónimamente un blog ciudadano, diciendo dónde había tiroteos y publicando quejas, fue decapitado, y su cadáver fue encontrado con una nota que amenazaba a todos los que usaran redes sociales. ¿Cómo se puede decir que el periodismo es posible en un lugar como éste?
La violencia ha alcanzado incluso a Ciudad de México. Un ejemplo es la revista donde trabajo, la cual fue fundada hace cuatro décadas y todavía es considerada la avanzada del periodismo investigativo de hoy en día. Proceso es uno de los medios de prensa que más agresiones ha sufrido. No solamente asesinaron a Regina Martínez. Cuatro periodistas han sido forzados a irse, algunos fuera del país, otros de una ciudad a otra. En lo que va de año, cuatro han sido amenazados y algunos de ellos han pedido ayuda a través de un mecanismo gubernamental creado recientemente para la protección de los periodistas. Ya veremos si funciona.
Proceso no es el peor caso; existen otros.
A principios de la década pasada, la organización para el entrenamiento de los periodistas que surgió gracias al apoyo de Reporteros y Editores de Investigación (IRE, por sus siglas en inglés) se vio obligada a ocuparse de las crisis de ese período. En estos últimos años, tal vez involuntariamente, nuestra organización también se ha centrado en ocuparse de estas crisis.
De ser periodistas activos, sin saber bien cómo, nos convertimos en defensores de los derechos humanos. Hemos organizado marchas para exigir el fin de la impunidad, y justicia para nuestros colegas, así como subastas y colectas en apoyo a los periodistas que han tenido que huir de sus hogares. Apoyamos a otros periodistas locales, ayudándolos a hacerse más fuertes, a organizarse ellos mismos y a desarrollar sus propias técnicas para lidiar con emergencias.
No estamos de acuerdo en que la única manera en que el gobierno y algunas organizaciones internacionales puedan lidiar con estas crisis sea sacando a los periodistas del territorio donde viven. Porque de esa manera los silenciadores ganan el juego. La batalla que enfrentamos no es sólo por la libertad de expresión. Es por el derecho de las personas a la información,
Centinelas firmes
En un panorama como éste, el periodismo investigativo ha claudicado. Los periodistas no son ya los centinelas de la democracia, como nos definíamos antes. En muchas áreas, el centinela está encadenado, amordazado, carece de permiso para ladrar. Es un animal abusado que ha aprendido a no ladrar cuando se acerca el enemigo. Es un perro domesticado por gobernadores que han comprado su silencio. Es un perro obligado a hacer la vista gorda ante las violaciones de la ley.
No obstante, incluso en algunos de los peores lugares, existen algunos pocos centinelas firmes y aislados que todavía luchan por defender a los dueños de la casa que ellos protegen, que todavía se resisten a la correa. Existen esfuerzos individuales, verdaderos héroes, quienes arriesgan sus vidas con cada artículo que escriben.
No todas las partes de México han llegado a ese punto extremo, pero el silencio se extiende. No sólo por medio de la violencia, sino de medios más sofisticados, como la amenaza de encarcelamiento. O usando enormes líneas de presupuesto gubernamental para la publicidad con objeto de llenar los medios de prensa con propaganda, o pagar por publicidad, o eliminándola, como recompensa o castigo. O comprando a los dueños y gerentes de los medios de prensa.
El recién electo presidente de México ha insistido en “hablar bien” de México. En este momento, los políticos y el crimen organizado comparten el mismo objetivo: ‘que no se caliente la plaza’, que no se les calienten las áreas que ellos controlan.
Los asesinatos y desapariciones de periodistas no se dan al azar. Los blancos son a menudo los principales reporteros investigativos, o los reporteros centinelas más importantes. Parece que son cuidadosamente seleccionados para enviar un poderoso mensaje y silenciar a una región en vez de a un individuo.
Ramón Angeles Zalpa es un ejemplo: expuso la extracción de recursos naturales, de minas y bosques por el crimen organizado en Michoacán. Nunca se le vio de nuevo. María Esther Aguilar Casimbe publicó sobre la captura de un alcalde traficante, un policía torturador y la confiscación de un envío. Cualquiera de estas tres historias podría ser la causa de su desaparición. Alfredo Jiménez Mota comenzó la lista. Un joven periodista valiente y experimentado, que investigaba a un capo local. Mota salió a hacer una entrevista y no se le vio más.
Aunque tenemos nuevas leyes que nos permiten acceder a la información pública, el periodismo investigativo se hace más y más difícil. Todos los días el periodismo está bajo amenaza.
Hay preguntas que nadie hace. En 1976, el IRE hizo un gran esfuerzo por averiguar sobre el asesinato por traficantes de su cofundador Don Bolles. No se puede vivir con este asesinato, se hicieron grandes esfuerzos investigativos porque era uno de los nuestros. Del otro lado de la frontera matan periodistas como moscas. Algunos de ellos son jóvenes que soñaron ser periodistas investigativos. Otros eran reporteros diestros que murieron mientras investigaban historias.
No nos ignoren
Armando Rodríguez “El Choco” fue un miembro del proyecto IRE México y habló en sus conferencias. Era el reportero que contaba las muertes diarias en El Diario de Juárez. Lo mataron cuando llevaba a su hija a la escuela.
Esos son sus colegas, nuestros colegas, miembros de nuestra familia de reporteros investigativos. Quiero pedirles que no nos ignoren. Este problema, y estas técnicas que mencioné no se detienen en la frontera.
Reconozco que algunos periodistas estadounidenses han hecho grandes esfuerzos. Muchos de los principales diarios estadounidenses cubrieron la violencia en Juárez; en realidad casi todos los periódicos del mundo enviaron a alguien allí. Estos son temas que salieron a la luz gracias al trabajo de los reporteros o corresponsales investigativos de EEUU, como la operación Rápido y Furioso, que nos indignó tanto. O la publicación de bases de datos con hasta 25,000 nombres de personas que desaparecieron bajo el pasado gobierno.
Pero con el pasar del tiempo, todas estas masacres, todas estas tumbas colectivas, todos los cadáveres, todos los desaparecidos, dejan de ser tan noticiosos. Como afirma en un libro Lise Olsen, debido a razones económicas y la violencia los medios de comunicación han despedido a muchos reporteros que cubren la frontera, algunos de ellos con experiencia y buena información, o eliminado sus corresponsalías.en la parte de EEUU.
Todos los periódicos importantes de la región han eliminado oficinas y recortado su cobertura. En California, el mayor periódico del área de la frontera, el San Diego Union, tenía un equipo de cinco personas para el tema de la frontera a fines de la década de 1990. Solamente una persona quedaba para cubrir Tijuana en el 2012. Los Angeles Times tiene un solo reportero de frontera, aunque él trabaja con un equipo de dos en Ciudad México. El Arizona Republic también ha perdido personal de frontera. En Texas, The Dallas Morning News antes enviaba cinco personas a Ciudad México; ahora queda una. The Houston Chronicle y The Express-News (…) ubicados a 150 y 300 millas, respectivamente, de México en auto, tenía antes tres reporteros de frontera y uno en Ciudad México. Solamente una de esas plazas quedaba en el 2013.
Muchos periódicos grandes y pequeños de Estados Unidos ya no permiten a sus reporteros cruzar la frontera para cubrir alguna historia. Compañías de medios de prensa radicadas tanto en EEUU como en Ciudad México han reducido su cobertura binacional. Muchas veces, reporteros como ustedes nos preguntan: ¿cómo podemos ayudarlos a ustedes? Podríamos decir: recaudando fondos, ofreciendo asilo, creando conciencia. Pero lo que pedimos a los miembros de IRE es que hagan su trabajo aquí. Que ustedes investiguen las redes del tráfico en su propio país. Que hablen de este problema que compartimos.
No es sólo el tráfico de armas lo que incrementa la cifra de muertos en nuestro país. Son también los funcionarios corruptos del gobierno de EEUU, vendedores de droga y pandillas estadounidenses, y negociantes sucios y lavadores de dinero de EEUU. Porque algunos líderes de carteles y asesinos son ciudadanos de EEUU. Muchos otros viven aquí, y tienen propiedades aquí.
Carteles en EEUU
No les pedimos nada que no sea de interés para ustedes mismos. Pero, como amigos suyos, necesitamos que vean que tienen que enfrentar este problema como de ustedes. Preguntarse a sí mismos, quién es mi vecino. Quién controla los estados vecinos. Porque compartimos tres mil kilómetros de frontera. Porque, como ustedes han reportado, los carteles mexicanos están presentes en las de 200 ciudades, y siguen creciendo.
Además, hagan el esfuerzo por que sus periódicos cubran historias sobre cómo la política mexicana cuesta vidas o fuerza a los periodistas y a otros a exiliarse. Muchos de los que son forzados a huir están aquí – aquí mismo en Texas – y están incluidos en la creciente lista de los que han pedido asilo.
A mí me hubiera gustado haber venido aquí a hablarles sobre un panorama diferente. Decirles lo fructíferos que fueron los cursos y conferencias que el proyecto mexicano de IRE (con Lise Olsen a la cabeza) organizó en Ciudad México en los años noventa, y en los dos encuentros binacionales en Tijuana y Ciudad Juárez. O lo empoderadas que están las redacciones que durante esos años invirtieron en capacitación a su gente.
¿Qué más queda si rafaguean tres veces a un diario como El Siglo de Torreón, aun cuando cuenta con protección federal? ¿O si matan editores y lanzan una granada que hiere a periodistas a un diario como El Mañana de Nuevo Laredo, en Tamaulipas? ¿Qué niveles de violencia vivió El Diario de Juárez, con dos reporteros asesinados, para escribir una editorial que pregunta a los capos de la droga que controlan la ciudad cuáles son sus reglas, evidenciando que no es el gobierno federal el que controla la mayor ciudad fronteriza?
El combate por controlar la información se libra en este mismo momento. Y vemos también que no todo está perdido, que se hay muestras importantes de valentía. El semanario Zeta, de Tijuana, por ejemplo, mensualmente nos indica las cifras correctas de asesinados cuando la información oficial no es creíble. O RíoDoce reporta desde el estado donde nacieron la mayoría de los capos de la droga y tienen a sus familias.
Policías = narcos
Ha habido también esfuerzos de periodistas fronterizos que han abierto portales de noticias desde el lado tejano, bajo otro nombre, para publicar sin ser detectados. O esfuerzos de editores que se pusieron de acuerdo en publicar una misma nota cuando presionan a alguien del grupo. O colaboración entre reporteros y corresponsales extranjeros, para que la información prohibida en México se divulgue desde otro país. Conozco a varios que están escribiendo a escondidas un libro, esperando que las condiciones cambien y puedan publicarlo.
También hemos organizado nuestras propias redes, como la que les he contado, para crear condiciones de autocuidado y protección al ver que estamos entre varios fuegos: el de las empresas que no responden por sus reporteros, el del gobierno y el del crimen organizado.
Llevo en el alma atorada una historia que me contó un reportero. La repito mucho, quizás ya la escucharon, pero no puedo dejar de repetirla.
Una noche recibió una llamada en la que le avisaban que un escuadrón de hombres armados había sacado de su casa al colega y amigo con el que él cubría información policiaca. Se levantó, se vistió, se despidió de su esposa, besó a sus hijos y se sentó en la sala a esperar a que fueran por él. Esa fue la noche más larga de su vida.
-¿Por qué no huiste?, le pregunté sorprendida.
-¿A dónde podía correr?, respondió. Mi único deseo era que no entraran a mi casa y me atraparan frente a mi familia. No quería que mi familia se quedara con esa imagen.
Él sobrevivió y puede contarlo, pero su amigo apareció al siguiente día, muerto, tirado en la calle, como si fuera basura. En la ciudad donde vive, los policías son los narcos.
Ahora torturan
Tengo otra que no olvido. Me la contó una colega que atendió un llamado de periodistas de Veracruz. Ella preguntó a uno del grupo en qué podían ayudarlo. El le dijo: Tráeme una pistola.
Ella quedó estupefacta. ¿Una pistola?
-Sí, no es para matarlos a ellos, es para matarme por si vienen por mí, porque ya no sólo matan, ahora torturan.
Cuando pienso en estas historias me pregunto cuántos periodistas estarán sintiendo esa misma soledad cada noche, sin saber a quién llamar, resignados al hecho de que ser asesinado es un riesgo laboral.
Entonces, la pregunta sobre qué podemos hacer toma otro sentido. Muchas cosas. Podría recomendarles que hagan muchas cosas, pero lo que tiene que hacerse es periodismo, porque eso somos: periodistas. Necesitamos desnudar el negocio, las redes de tráfico de armas y de droga, las autoridades corruptas, dar seguimiento en los juicios para develar las piezas del rompecabezas donde quedaron las personas desaparecidas, qué gobernador financió su campaña con dinero del narcotráfico. Seguir el narcodinero. Esa información está aquí.
¿Qué pueden hacer para ayudarnos? Un amigo del semanario RíoDoce me lo dijo de esta manera: “Están aislando a los que seguimos cubriendo la violencia. No nos abandonen”. Eso mismo les digo a ustedes.
Como el periodista polaco Ryszard Kapuscinski escribió un día: “En la lucha contra el silencio, está en juego la vida humana”.
Nosotros, los periodistas mexicanos, nos hemos convertido en corresponsales de guerra en nuestro propio país. En mi caso, por ejemplo, yo empecé como un reportero que cubría los temas de la pobreza, y de un día para otro me vi de pronto cubriendo masacres de jóvenes, documentando pueblos fantasmas abandonados después de una serie de asesinatos, o programas sociales para niños convertidos en huérfanos a causa de la violencia. Un día llegué a tener delante de mí una fila de 30 mujeres con fotos de sus hijos desaparecidos, a la espera de contarme sus historias. He dedicado gran parte de mi trabajo como reportero investigativo en Proceso a desentrañar la verdad que se esconde detrás de algunos de estos episodios y a documentar las víctimas de la guerra.
Nosotros los periodistas no estábamos preparados para la violencia. De pronto, allí estábamos, empujados en medio del caos, en mitad de una guerra que no era sobre el narcotráfico, como nos habían dicho, sino por el control de territorios. Una guerra para ver quién se quedaría con la tierra en la que se cultivan los narcóticos, las rutas del tráfico y los puntos de venta de las drogas en el país. Para ver quién controlaría el negocio, quién pondría impuestos a los vendedores, quién designaría al alcalde, el próximo jefe de policía y el director de las prisiones.
Y, en una situación como ésta, es claramente esencial tener el control de la prensa, que nadie haga preguntas. Para garantizar el control de la población.
Periodistas de a Pie
Otros periodistas y yo fundamos una organización llamada Periodistas de a Pie para entrenar a periodistas que cubren temas relacionados con la pobreza. No obstante, tuvimos que cambiar pronto el enfoque para responder a la crisis. Llevamos a cabo talleres sobre cómo sobrevivir una tarea, cómo entender al narcotraficante, cómo entrevistar a un niño que haya sobrevivido una masacre, cómo continuar reportando sin perder la alegría de vivir.
Antes de que pudiéramos darnos cuenta, estábamos en un centro de crisis. A cualquier hora del día, incluso durante las tensas horas de entrega del periódico, recibíamos llamadas de colegas en zonas remotas, buscando desesperadamente ayuda porque sabían que había sicarios que los andaban buscando y necesitaban refugio. O pedidos de apoyo psicológico para reporteros que no querían regresar al trabajo después de un suceso traumatizante, como un incendio o un ataque a su oficina.
En esta guerra territorial, los periodistas nos hemos convertido en víctimas. Porque, a diferencia de las guerras tradicionales, en México los periodistas no mueren en un fuego cruzado, de una bala perdida, o por caminar en un campo minado. En México, los asesinos cazan a los periodistas, los sacan a rastras de sus oficinas y sus casas, los interceptan en la calle.
En México, los reporteros, quienes se supone que den las noticias, se han convertido ellos mismos en noticia.
En los últimos 10 años, al menos 17 periodistas han desaparecido y 72 han sido asesinados. Ninguno de esos casos ha sido resuelto.
Uno de ellos es el de Regina Martínez, la valiente reportera que expuso la corrupción política y el crimen organizado en el estado de Veracruz. Ella trabajaba para la revista Proceso, lo mismo que yo. Hace un año fue estrangulada en su propia casa. El gobierno local, que podría estar implicado en el asesinato, decidió sin pruebas creíbles que el asesinato era resultado de un robo, y metieron en la cárcel a un joven. Él alega que lo obligaron a confesar haber cometido el crimen bajo tortura.
Lo mismo que en los otros asesinatos de periodistas, las autoridades judiciales no consideraron su labor periodística como una posible causa de su muerte. Lo mismo que en los otros asesinatos, ellos culparon a la periodista por su propia muerte, y trataron de cuestionar su integridad. Días después de su muerte, otros dos periodistas fueron asesinatos junto a un tercero que había dejado la profesión recientemente por miedo.
Estos asesinatos tuvieron el efecto deseado. Silenciaron a los demás.
Vista de los “narcoabogados”
Por lo menos 17 periodistas huyeron del estado, algunos de ellos pagados por el gobierno estatal para que se fueran y regresaran después de las elecciones. Algunos abandonaron la profesión en un intento de salvar sus vidas. Otros de ellos están cortando césped o vendiendo tacos en Estados Unidos, o dependen de la solidaridad de sus amigos para su sustento mientras esperan que se lleve a los tribunales su caso de asilo. Otros trabajan como vendedores callejeros o de lo que puedan en Ciudad México, tratando de rehacer sus vidas. Aterrorizados, sin un centavo, deshechos.
La situación en diferente en diversas regiones de México.
En algunas áreas, los traficantes de drogas les dejan videos o mensajes, y llaman a los periodistas a que reporten sobre ellos. En otras zonas, las advertencias siempre vienen acompañadas de violencia, y los periodistas que publican información alguna que moleste a cierto grupo son detenidos y torturados, y su piel marcada, para mostrarles que no les darán una segunda oportunidad. En algunas áreas, se obliga a los periodistas a asistir a conferencias de prensa con el jefe del cartel local, quien les dicta la línea editorial, diciéndoles qué información deben cubrir y cuál deben ignorar. Generalmente, ellos les dan instrucciones, los vigilan, y les pagan un sueldo. La redacción de los periódicos también es infiltrada. Quien se rehúse tiene que cambiar de trabajo o empezar una nueva vida en otro lugar.
En lugares como Ciudad México, los visitan los llamados “narcoabogados”, quienes les dicen qué información irritó a sus clientes.
En esta guerra territorial, los medios de prensa son un blanco; ellos reciben llamadas telefónicas intimidantes, les lanzan bombas, les tiran con armas pesadas. Ha habido casos en que empleados (no siempre periodistas) han sido tomados como rehenes para obligar a la publicación de algo que favorece a cierto grupo. A algunas redacciones les han prendido fuego con los periodistas dentro, escribiendo.
Algunos estados se han convertido en zonas de silencio. Y el silencio se ha extendido. Estamos perdiendo el contacto con regiones que son ahora territorio prohibido para todos, en las que ya no sabemos algo tan rudimentario como cuántas personas son asesinadas cada día. Sólo de vez en cuando, cuando ocurre una masacre (que es tan espectacular que no se puede tapar, como la de 72 inmigrantes) o cuando un poblado entero huye de sus hogares; sólo entonces podemos tener una idea de lo que está pasando, sólo entonces podemos hacernos una idea de lo que se está ocultando.
Uno de los estados más peligrosos para los periodistas está a sólo doscientos sesenta kilómetros de aquí, menos de tres horas en la autopista, del otro lado de la frontera, donde se ha impuesto el silencio.
En estados como Tamaulipas tienen lugar muchos episodios que hielan la sangre, sobre los cuales podría escribir cualquier corresponsal de guerra. Durante meses, pasajeros en los ómnibus públicos han sido obligados a bajarse y, en ese mismo lugar, reclutados a la fuerza, convertidos en esclavos o muertos y enterrados. Solamente sus maletas llegan a las terminales de ómnibus. Nadie dijo nada hasta que se encontraron tumbas que contenían casi doscientos cadáveres.
Miles de cadáveres
En lugares como éste, y en varias partes de las tierras fronterizas, la gente ‘desaparece’, junto con sus autos o sus camiones. Algunos eran mexicanos en camino a McAllen o Laredo, de compras o de visita. Algunos eran estadounidenses que visitaban a parientes en México.
Recuerdo cuando fui a Matamoros, fronteriza con Brownsville, a cubrir el descubrimiento de esta fosa común. Se decía que había miles de cadáveres, pero no terminaron de excavarla. Cientos de familias angustiadas llegaron de todas partes del país, todos en busca de un hijo o una hija que había desaparecido.
Una mujer que esperaba para ver si alguno de los cadáveres era el de su hijo, se enteró de que yo era periodista. Ella empezó a hablar furiosa.
“¿Por qué están ustedes, los reporteros, viniendo acá ahora?”, dijo. “Durante meses hemos dicho que la gente desaparecía en esta autopista, pero nadie nos hizo caso. Era como si habláramos desde el fondo del mar”.
Esa frase suya, hablar desde el fondo del mar, resume perfectamente la situación que vive esa zona perdida, donde el Dallas Morning News reportó que ocho periodistas habían desaparecido, algo que nosotros los mexicanos no sabíamos. Y donde se han descubierto campos de entrenamiento para los sicarios, algunos de ellos adolescentes de Laredo, Texas, que dejaron la secundaria para convertirse en asesinos en el lado mexicano de la frontera.
En esta área llena de tumbas escondidas, repletas de cadáveres, se asesina a ciudadanos todos los días. Hasta el cruce de la frontera está controlado por los narcotraficantes, quienes secuestran a los que no pagan y deciden quién pasa y quién muere. Muchos periodistas trataron de llamar la atención sobre el tema hasta que fueron silenciados. Algunos viven con una pistola en la cabeza. Otros se van huyendo, con sólo sus llaves en el bolsillo, a comenzar de nuevo. Hasta que la noche los cubre. Cuánto pueden hacer depende de dónde viven.
Desesperados, los ciudadanos han tratado de asumir el papel de periodistas. Recuerdo ese video filmado por un ciudadano común y corriente que salió a la calle a grabar con su teléfono celular la destrucción de la batalla del día antes, de los tiroteos que según las autoridades nunca ocurren. Ellos usan redes sociales o establecen blogs, como por ejemplo ‘Valor por Tamaulipas’, donde publican reportes ciudadanos sobre encuentros armados que los medios de prensa tienen prohibido cubrir. Estos sitios web no duran mucho. Los carteles de la droga ponen precio a las cabezas de sus administradores.
La violencia se extiende
El gobierno está además interesado en eliminar estas fuentes de información, porque contradicen la posición oficial de que todo anda bien.
Yo conozco a un periodista que fue a Tamaulipas a reportar sobre la situación. En la plaza principal, frente al edificio del gobierno, fue rodeado por un convoy de vans que llevaban el logo del cartel local en sus placas. El reportero y el camarógrafo fueron secuestrados y torturados, y les advirtieron de que dejaran de hacer preguntas. En esta área, la tierra se tragó a Zane Plemmons, un joven periodista independiente de San Antonio que salió de su hotel a tomar fotografías y nunca regresó.
Y un reportero mexicano que llevaba anónimamente un blog ciudadano, diciendo dónde había tiroteos y publicando quejas, fue decapitado, y su cadáver fue encontrado con una nota que amenazaba a todos los que usaran redes sociales. ¿Cómo se puede decir que el periodismo es posible en un lugar como éste?
La violencia ha alcanzado incluso a Ciudad de México. Un ejemplo es la revista donde trabajo, la cual fue fundada hace cuatro décadas y todavía es considerada la avanzada del periodismo investigativo de hoy en día. Proceso es uno de los medios de prensa que más agresiones ha sufrido. No solamente asesinaron a Regina Martínez. Cuatro periodistas han sido forzados a irse, algunos fuera del país, otros de una ciudad a otra. En lo que va de año, cuatro han sido amenazados y algunos de ellos han pedido ayuda a través de un mecanismo gubernamental creado recientemente para la protección de los periodistas. Ya veremos si funciona.
Proceso no es el peor caso; existen otros.
A principios de la década pasada, la organización para el entrenamiento de los periodistas que surgió gracias al apoyo de Reporteros y Editores de Investigación (IRE, por sus siglas en inglés) se vio obligada a ocuparse de las crisis de ese período. En estos últimos años, tal vez involuntariamente, nuestra organización también se ha centrado en ocuparse de estas crisis.
De ser periodistas activos, sin saber bien cómo, nos convertimos en defensores de los derechos humanos. Hemos organizado marchas para exigir el fin de la impunidad, y justicia para nuestros colegas, así como subastas y colectas en apoyo a los periodistas que han tenido que huir de sus hogares. Apoyamos a otros periodistas locales, ayudándolos a hacerse más fuertes, a organizarse ellos mismos y a desarrollar sus propias técnicas para lidiar con emergencias.
No estamos de acuerdo en que la única manera en que el gobierno y algunas organizaciones internacionales puedan lidiar con estas crisis sea sacando a los periodistas del territorio donde viven. Porque de esa manera los silenciadores ganan el juego. La batalla que enfrentamos no es sólo por la libertad de expresión. Es por el derecho de las personas a la información,
Centinelas firmes
En un panorama como éste, el periodismo investigativo ha claudicado. Los periodistas no son ya los centinelas de la democracia, como nos definíamos antes. En muchas áreas, el centinela está encadenado, amordazado, carece de permiso para ladrar. Es un animal abusado que ha aprendido a no ladrar cuando se acerca el enemigo. Es un perro domesticado por gobernadores que han comprado su silencio. Es un perro obligado a hacer la vista gorda ante las violaciones de la ley.
No obstante, incluso en algunos de los peores lugares, existen algunos pocos centinelas firmes y aislados que todavía luchan por defender a los dueños de la casa que ellos protegen, que todavía se resisten a la correa. Existen esfuerzos individuales, verdaderos héroes, quienes arriesgan sus vidas con cada artículo que escriben.
No todas las partes de México han llegado a ese punto extremo, pero el silencio se extiende. No sólo por medio de la violencia, sino de medios más sofisticados, como la amenaza de encarcelamiento. O usando enormes líneas de presupuesto gubernamental para la publicidad con objeto de llenar los medios de prensa con propaganda, o pagar por publicidad, o eliminándola, como recompensa o castigo. O comprando a los dueños y gerentes de los medios de prensa.
El recién electo presidente de México ha insistido en “hablar bien” de México. En este momento, los políticos y el crimen organizado comparten el mismo objetivo: ‘que no se caliente la plaza’, que no se les calienten las áreas que ellos controlan.
Los asesinatos y desapariciones de periodistas no se dan al azar. Los blancos son a menudo los principales reporteros investigativos, o los reporteros centinelas más importantes. Parece que son cuidadosamente seleccionados para enviar un poderoso mensaje y silenciar a una región en vez de a un individuo.
Ramón Angeles Zalpa es un ejemplo: expuso la extracción de recursos naturales, de minas y bosques por el crimen organizado en Michoacán. Nunca se le vio de nuevo. María Esther Aguilar Casimbe publicó sobre la captura de un alcalde traficante, un policía torturador y la confiscación de un envío. Cualquiera de estas tres historias podría ser la causa de su desaparición. Alfredo Jiménez Mota comenzó la lista. Un joven periodista valiente y experimentado, que investigaba a un capo local. Mota salió a hacer una entrevista y no se le vio más.
Aunque tenemos nuevas leyes que nos permiten acceder a la información pública, el periodismo investigativo se hace más y más difícil. Todos los días el periodismo está bajo amenaza.
Hay preguntas que nadie hace. En 1976, el IRE hizo un gran esfuerzo por averiguar sobre el asesinato por traficantes de su cofundador Don Bolles. No se puede vivir con este asesinato, se hicieron grandes esfuerzos investigativos porque era uno de los nuestros. Del otro lado de la frontera matan periodistas como moscas. Algunos de ellos son jóvenes que soñaron ser periodistas investigativos. Otros eran reporteros diestros que murieron mientras investigaban historias.
No nos ignoren
Armando Rodríguez “El Choco” fue un miembro del proyecto IRE México y habló en sus conferencias. Era el reportero que contaba las muertes diarias en El Diario de Juárez. Lo mataron cuando llevaba a su hija a la escuela.
Esos son sus colegas, nuestros colegas, miembros de nuestra familia de reporteros investigativos. Quiero pedirles que no nos ignoren. Este problema, y estas técnicas que mencioné no se detienen en la frontera.
Reconozco que algunos periodistas estadounidenses han hecho grandes esfuerzos. Muchos de los principales diarios estadounidenses cubrieron la violencia en Juárez; en realidad casi todos los periódicos del mundo enviaron a alguien allí. Estos son temas que salieron a la luz gracias al trabajo de los reporteros o corresponsales investigativos de EEUU, como la operación Rápido y Furioso, que nos indignó tanto. O la publicación de bases de datos con hasta 25,000 nombres de personas que desaparecieron bajo el pasado gobierno.
Pero con el pasar del tiempo, todas estas masacres, todas estas tumbas colectivas, todos los cadáveres, todos los desaparecidos, dejan de ser tan noticiosos. Como afirma en un libro Lise Olsen, debido a razones económicas y la violencia los medios de comunicación han despedido a muchos reporteros que cubren la frontera, algunos de ellos con experiencia y buena información, o eliminado sus corresponsalías.en la parte de EEUU.
Todos los periódicos importantes de la región han eliminado oficinas y recortado su cobertura. En California, el mayor periódico del área de la frontera, el San Diego Union, tenía un equipo de cinco personas para el tema de la frontera a fines de la década de 1990. Solamente una persona quedaba para cubrir Tijuana en el 2012. Los Angeles Times tiene un solo reportero de frontera, aunque él trabaja con un equipo de dos en Ciudad México. El Arizona Republic también ha perdido personal de frontera. En Texas, The Dallas Morning News antes enviaba cinco personas a Ciudad México; ahora queda una. The Houston Chronicle y The Express-News (…) ubicados a 150 y 300 millas, respectivamente, de México en auto, tenía antes tres reporteros de frontera y uno en Ciudad México. Solamente una de esas plazas quedaba en el 2013.
Muchos periódicos grandes y pequeños de Estados Unidos ya no permiten a sus reporteros cruzar la frontera para cubrir alguna historia. Compañías de medios de prensa radicadas tanto en EEUU como en Ciudad México han reducido su cobertura binacional. Muchas veces, reporteros como ustedes nos preguntan: ¿cómo podemos ayudarlos a ustedes? Podríamos decir: recaudando fondos, ofreciendo asilo, creando conciencia. Pero lo que pedimos a los miembros de IRE es que hagan su trabajo aquí. Que ustedes investiguen las redes del tráfico en su propio país. Que hablen de este problema que compartimos.
No es sólo el tráfico de armas lo que incrementa la cifra de muertos en nuestro país. Son también los funcionarios corruptos del gobierno de EEUU, vendedores de droga y pandillas estadounidenses, y negociantes sucios y lavadores de dinero de EEUU. Porque algunos líderes de carteles y asesinos son ciudadanos de EEUU. Muchos otros viven aquí, y tienen propiedades aquí.
Carteles en EEUU
No les pedimos nada que no sea de interés para ustedes mismos. Pero, como amigos suyos, necesitamos que vean que tienen que enfrentar este problema como de ustedes. Preguntarse a sí mismos, quién es mi vecino. Quién controla los estados vecinos. Porque compartimos tres mil kilómetros de frontera. Porque, como ustedes han reportado, los carteles mexicanos están presentes en las de 200 ciudades, y siguen creciendo.
Además, hagan el esfuerzo por que sus periódicos cubran historias sobre cómo la política mexicana cuesta vidas o fuerza a los periodistas y a otros a exiliarse. Muchos de los que son forzados a huir están aquí – aquí mismo en Texas – y están incluidos en la creciente lista de los que han pedido asilo.
A mí me hubiera gustado haber venido aquí a hablarles sobre un panorama diferente. Decirles lo fructíferos que fueron los cursos y conferencias que el proyecto mexicano de IRE (con Lise Olsen a la cabeza) organizó en Ciudad México en los años noventa, y en los dos encuentros binacionales en Tijuana y Ciudad Juárez. O lo empoderadas que están las redacciones que durante esos años invirtieron en capacitación a su gente.
¿Qué más queda si rafaguean tres veces a un diario como El Siglo de Torreón, aun cuando cuenta con protección federal? ¿O si matan editores y lanzan una granada que hiere a periodistas a un diario como El Mañana de Nuevo Laredo, en Tamaulipas? ¿Qué niveles de violencia vivió El Diario de Juárez, con dos reporteros asesinados, para escribir una editorial que pregunta a los capos de la droga que controlan la ciudad cuáles son sus reglas, evidenciando que no es el gobierno federal el que controla la mayor ciudad fronteriza?
El combate por controlar la información se libra en este mismo momento. Y vemos también que no todo está perdido, que se hay muestras importantes de valentía. El semanario Zeta, de Tijuana, por ejemplo, mensualmente nos indica las cifras correctas de asesinados cuando la información oficial no es creíble. O RíoDoce reporta desde el estado donde nacieron la mayoría de los capos de la droga y tienen a sus familias.
Policías = narcos
Ha habido también esfuerzos de periodistas fronterizos que han abierto portales de noticias desde el lado tejano, bajo otro nombre, para publicar sin ser detectados. O esfuerzos de editores que se pusieron de acuerdo en publicar una misma nota cuando presionan a alguien del grupo. O colaboración entre reporteros y corresponsales extranjeros, para que la información prohibida en México se divulgue desde otro país. Conozco a varios que están escribiendo a escondidas un libro, esperando que las condiciones cambien y puedan publicarlo.
También hemos organizado nuestras propias redes, como la que les he contado, para crear condiciones de autocuidado y protección al ver que estamos entre varios fuegos: el de las empresas que no responden por sus reporteros, el del gobierno y el del crimen organizado.
Llevo en el alma atorada una historia que me contó un reportero. La repito mucho, quizás ya la escucharon, pero no puedo dejar de repetirla.
Una noche recibió una llamada en la que le avisaban que un escuadrón de hombres armados había sacado de su casa al colega y amigo con el que él cubría información policiaca. Se levantó, se vistió, se despidió de su esposa, besó a sus hijos y se sentó en la sala a esperar a que fueran por él. Esa fue la noche más larga de su vida.
-¿Por qué no huiste?, le pregunté sorprendida.
-¿A dónde podía correr?, respondió. Mi único deseo era que no entraran a mi casa y me atraparan frente a mi familia. No quería que mi familia se quedara con esa imagen.
Él sobrevivió y puede contarlo, pero su amigo apareció al siguiente día, muerto, tirado en la calle, como si fuera basura. En la ciudad donde vive, los policías son los narcos.
Ahora torturan
Tengo otra que no olvido. Me la contó una colega que atendió un llamado de periodistas de Veracruz. Ella preguntó a uno del grupo en qué podían ayudarlo. El le dijo: Tráeme una pistola.
Ella quedó estupefacta. ¿Una pistola?
-Sí, no es para matarlos a ellos, es para matarme por si vienen por mí, porque ya no sólo matan, ahora torturan.
Cuando pienso en estas historias me pregunto cuántos periodistas estarán sintiendo esa misma soledad cada noche, sin saber a quién llamar, resignados al hecho de que ser asesinado es un riesgo laboral.
Entonces, la pregunta sobre qué podemos hacer toma otro sentido. Muchas cosas. Podría recomendarles que hagan muchas cosas, pero lo que tiene que hacerse es periodismo, porque eso somos: periodistas. Necesitamos desnudar el negocio, las redes de tráfico de armas y de droga, las autoridades corruptas, dar seguimiento en los juicios para develar las piezas del rompecabezas donde quedaron las personas desaparecidas, qué gobernador financió su campaña con dinero del narcotráfico. Seguir el narcodinero. Esa información está aquí.
¿Qué pueden hacer para ayudarnos? Un amigo del semanario RíoDoce me lo dijo de esta manera: “Están aislando a los que seguimos cubriendo la violencia. No nos abandonen”. Eso mismo les digo a ustedes.
Como el periodista polaco Ryszard Kapuscinski escribió un día: “En la lucha contra el silencio, está en juego la vida humana”.